Hoy, 30 de junio, José Emilio Pacheco, poeta entrañable, el polígrafo más lúcido de nuestros días, cumple 69 años. Quienes tuvimos oportunidad de contactarlo así sea en esa liturgia que son los cursos anuales en El Colegio Nacional tenemos grabada una estela de iluminación imborrable.
Sus escritos y su presencia han recorrido al menos dos generaciones (su primer poemario apareció cuando apenas tenía 17 años), pues desde los años 50 del siglo pasado, JEP (como firma su columna Inventario) ha recorrido temas poco o nada tratados en nuestra literatura y en nuestra historia. Salvo la novela (Las Batallas en el Desierto y Morirás Lejos, son sí novelas pero cortísimas), su prosa sentencia la descripción de lo cotidiano. Cuentos como El principio del placer, aún pueden tocar la sensibilidad de cualquier persona joven que se descubre vulnerable y desnudo ante los otros. La suya, es una obra que conmueve. Con un dramatismo, calmo, como resignado ante la fugacidad inevitable de las cosas.
Su poesía, tal vez su quehacer más prolifico y más esclarecedor, sobre todo la poesía de los 80 y 90, cae en un género fabulístico en que hasta las piedras nos piden una explicación, en que el mar no termina y los animales festejan el no ser seres humanos. Más que de sentimientos o intimidades, los poemas de José Emilio son microensayos, trozos de sabiduría (eso, de un hombre sabio) que entintan nuestras atrofiadas neuronas y nos derriban o nos enternecen. La historia y el absurdo cotidiano vuelan por los aires cuando caen en las tintas de nuestro autor.
Según Julio Torri “toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud”, frase que cabalmente modela la personalidad literaria de Pacheco, quien sabe que lo leído es tan nuestro como lo vivido y que jamás ha aceptado la idea del texto definitivo: “mientras viva seguiré corrigiéndome”:
Todos somos poetas de transición
La poesía jamás se queda inmóvil
Pero, como pocos, JEP se reinventa. Eso, su sencillez y su capacidad de vivir acorde a su tiempo, tal vez sean la clave de que sea uno de los autores más leídos y reconocido por la gente joven (en este país de no lectores y menos de poesía). Jorge Fernández Granados, recopila la mutación de los versos De algún tiempo a esta parte, incluido en Los elementos de la noche (1963). Originalmente, este poema decía:
III
En el último día del mundo -cuando ya no haya infierno, tiempo ni mañana- dirás su nombre incontaminado de cenizas, de perdones y miedo. Su nombre alto y purísimo, como ese roto instante que la trajo a tu lado.
En la edición de 1980, en la obra reunida con el título Tarde o temprano quedó así:
3
En el último día del mundo dirás su nombre alto y purísimo como ese instante que la trajo a tu lado.
En la edición de Los elementos de la noche en 1983:
3
En el último día del mundo dirás su nombre, simple y perfecto como ese instante que la trajo a tu lado.
Y en la versión del año 2000 de Tarde o temprano, el poema sólo dice:
3
En el último día del mundo dirás su nombre.
Aunque el poema se ha reescrito, algo permanece: el testimonio del presente, la fidelidad al paso del tiempo; estamos hechos de tiempo, ha escrito. Valga esto para el más humilde de los testimonios de admiración y como un pretexto para recordar los siguientes poemas. Porque, como también escuché alguna vez decir a Ricardo Garibay, si todos, antes de salir a la calle, leyéramos un poema, este país sería distinto.
LOS ELEMENTOS DE LA NOCHE
Bajo el mínimo imperio que el verano ha roído
se derrumban los días, la fe, las previsiones.
En el último valle la destrucción se sacia
en ciudades vencidas que la ceniza afrenta.
La lluvia extingue
el bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su veneno.
Las palabras se rompen contra el aire.
Nada se restituye, nada otorga
el verdor a los campos calcinados.
Ni el agua en su destierro
sucederá a la fuente
ni los huesos del águila
volverán por sus alas.
PRESENCIA
Homenaje a Rosario Castellanos
¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día,
dejó cenizas de su sombra fiera?
¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía
que vuelva a ser de pronto primavera.
No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,
ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive yo estaré despierto.
A QUIEN PUEDA INTERESAR
Que otros hagan aún
el gran poema
los libros unitarios
las rotundas
obras que sean espejo
de armonía
A mí sólo me importa
el testimonio
del momento que pasa
las palabras
que dicta en su fluir
el tiempo en vuelo
La poesía que busco
es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida
FIN DE SIGLO
La sangre derramada clama venganza.
Y la venganza no puede engendrar
sino más sangre derramada
¿Quién soy:
el guarda de mi hermano o aquel
a quien adiestraron
para aceptar la muerte de los demás,
no la propia muerte?
¿A nombre de qué puedo condenar a muerte
a otros por lo que son o piensan?
Pero ¿cómo dejar impunes
la tortura o el genocidio o el matar de hambre?
No quiero nada para mí:
sólo anhelo
lo posible imposible:
un mundo sin víctimas.
Cómo lograrlo no está en mi poder;
escapa a mi pequeñez, a mi pobre intento
de vaciar el mar de sangre que es nuestro siglo
con el cuenco trémulo de la mano
Mientras escribo llega el crepúsculo
cerca de mí los gritos que no han cesado
no me dejan cerrar los ojos
MEMORIA
No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.
A lo mejor no hubo esa tarde.
Quizá todo fue autoengaño.
La gran pasión
sólo existió en tu deseo.
Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.
INDESEABLE
No me deja pasar el guardia.
He traspasado el límite de edad.
Provengo de un país que ya no existe.
Mis papeles no están en orden.
Me falta un sello.
Necesito otra firma.
No hablo el idioma.
No tengo cuenta en el banco.
Reprobé el examen de admisión.
Cancelaron mi puesto en la gran fábrica.
Me desemplearon hoy y para siempre.
Carezco por completo de influencias.
Llevo aquí en este mundo largo tiempo.
Y nuestros amos dicen que ya es hora
de callarme y hundirme en la basura.
ENCUENTRO
Ya me encontré a mí mismo en una esquina del tiempo.
No quise dirigirme la palabra,
en venganza por todo lo que me he hecho con saña.
Y me seguí de largo y me dejé hablando solo
–con gran resentimiento por supuesto.
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